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Los imperdonables

Hace apenas 5 días se mudó Hebe y, una vez más, sentimos que nos arrancaron un pedacito del corazón. Justo en estas fechas, en las que también se mudó el Diego y que fue un golpe para todxs lxs argentinxs. Pienso en ellos y me los imagino juntos, al lado de muchos otros que ya no están acá pero que nos acompañan, y eso me da consuelo.

Hace dos años y ahora también, las reacciones fueron estruendosas. Las férreas defensas y los durísimos ataques no se hicieron esperar. Desde entonces, hay algo que me da vueltas en la cabeza y no puedo dejar ir: todxs adaptan la versión de ellos a la conveniencia y/o gustos del que emite el mensaje (tanto a favor, como en contra).

Me pregunto qué es lo que hicieron para ser imperdonables. Qué le deben a esta gente que no para de limitarlos. Quién es tan perfecto para exigir perfección a los demás. Qué miedo genera declarar el cariño o la admiración por alguien imperfecto.

A primera vista puede parecer que tienen una línea ideológica que algunos comparten y otros no, o que sus formas populares producen ese rechazo, o que no se los comprende, o que no cumplen con las expectativas. Pero no, nada de eso los convierte en imperdonable.

Entonces seguimos buscando y nos encontramos con una línea de conducta que nadie la describió mejor que la mismísima Hebe: «hice lo que quise, dije lo que quise y peleé con todo por lo que quise». Lo que no le pueden perdonar, es la parresia.

En palabras de Foucault,

La parresia es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o ayudar a otras personas (tanto como a sí mismo). En parresia, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral.

Cuando estos enunciadores dicen «Hoy recuerdo al Diego de la cancha» o «Hoy despedimos a una luchadora contra la dictadura», están segmentando esa verdad que ellos encarnaban y eso es una ofensa.

A Hebe se la respeta completa. Como luchadora contra la dictadura y como la encarnación de la lucha de sus hijos, pero también como activista política, como puteadora, como dirigente social, como kirchnerista, como madre de todxs lxs que quisimos sentirnos sus hijxs. Hebe era todo eso junto, nunca una parte.

A Diego se lo recuerda completo. Como el jugador que hizo feliz al pueblo argentino y por pararse a putear a la Fifa por corrupta cuando nadie se animaba. Pero también como un personaje mundial que tenía que acarrear con su fama, como un activista político, como la encarnación de todos los excesos y como una fábrica de plata rodeada de carroñeros. Diego era todo eso junto, nunca una parte.

Entonces podemos ver que a los dos se les pide que sean una estampa inmaculada de perfección o sino se los somete a una condena inescrupulosa porque, me pregunto, ¿quién de nosotros es la perfección que les pedimos?

Pensar en que ellos tomaron un reconocimiento mundial, antes de que existiera internet, debería darnos una pista de la magnitud de sus personas. Hicieron que la argentina sonara en cada rincón del mundo con sus virtudes, sus defectos y sus luchas. Sin ellos, Argentina sería un lugar completamente diferente. Desde mi punto de vista un lugar mucho más oscuro e infeliz.

Esa defensa irrevocable de la alegría, la vida y las ideas, es lo que realmente los convirtió en personas que cambiaron nuestra historia y la historia del mundo, le guste a quién le guste y le moleste a quién le moleste.

La próxima vez, tendríamos que reflexionar sobre esta segmentación que hacemos de las personas. Porque si no somos capaces de perdonarlos a ellos, ¿quién podrá perdonarnos a nosotros?

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Sobre escribir

Hace bastante tiempo tengo un bloqueo para escribir. Siempre me gustó compartir mis ideas y ponerlas a girar por el mundo a ver qué pasa, quién se las encuentra, qué dicen, qué se arma. Pero hace un tiempo que no puedo, así que me puse a pensar por qué me está pasando eso y decidí intentar bajar las ideas.

Primero me puse a pensar en los temas que me interesan. Por un lado, está la programación, pero es lo que hago todos los días, los contenidos que consumo son sobre este tema y siento que hay una sobre saturación en el sector (probablemente porque estoy metido de cabeza en él). La perspectiva de escribir contenido técnico me aburre (porque eso ya lo comparto en mis cursos) y la de escribir sobre las habilidades blandas y el síndrome del impostor me exaspera.
Otro tema es la política, siempre me gustó participar y dar mi opinión sobre la vida democrática. Generalmente creando polémica porque mis ideas no coinciden con mi posición de privilegio y son pocos los que entienden que los seres humanos tenemos la capacidad de empatizar. Creo que gran parte de la polarización en la que estamos me genera el efecto de la autocensura porque no tengo ganas de recibir hate sin argumentos en contra de lo que tenga para decir (para eso está Twitter). Eso no es debatir, es una paja.
Con el cine y las series me pasa que las amo, hay pocas cosas que me gusten más que maratonear audiovisuales, pero creo que no tengo herramientas para analizar nada más que decir lo que me gustó y lo que no me gustó. Me parece poco interesante.

Seguí pensando y me hice otra pregunta: ¿para quién quiero escribir? Y ahí se puso más complicado porque no lo tengo muy claro. A veces pienso que quiero escribir para mí, para poder sacarme cosas de la cabeza y plasmarlas en algún lado, pero tampoco quiero dejar eso guardado en un cuaderno o en la compu sin que vea la luz pública.
Entonces, ¿será que quiero escribir para un “público”? Me parece que no, porque creo que no hay un eco del otro lado para escuchar esas cosas. Tengo la sensación de que la alienación está creciendo y que cada vez es más difícil llegar a compartir ideas (de cualquier tema).

Y eso me llevó a una pregunta todavía más compleja: por qué quiero volver a escribir. Si no me convencen los temas, no creo que haya un “público”, no lo quiero hacer solo para mí. Y ahí fui avanzando en una idea. Siempre pensé que escribir era una buena forma de expresar las ideas con una profundidad que no es efímera y nos permite imaginarnos mundos nuevos; a veces de fantasía, a veces los cambios que necesitamos en el mundo real, a veces un poco de las dos cosas. Y ahí me di cuenta de por qué tengo esta necesidad.
Escribir me da esperanzas de que el mundo va a ser mejor. Cuando se cuenta una crónica, conocemos una historia inexplorada; cuando se hace una denuncia, tenemos la posibilidad de saldar una injusticia; cuando se inventa un cuento, jugamos con la imaginación; cuando se desarrolla un tema técnico, enseñamos algo nuevo.

Siempre que escribimos, estamos intentando cambiar el mundo.

Ahora que tengo eso más claro, a lo mejor la próxima vez pueda escribir algo.

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